La Batalla de Ayacucho

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Batalla de Ayacucho

El 9 de diciembre de 1824, el Ejército Unido Libertador del Perú derrotó al Ejército Real del Perú, sellando de forma definitiva la independencia de las nacientes repúblicas sudamericanas. ¿Cómo se desarrolló esta batalla y cuáles fueron sus efectos? ¿Fue una batalla de peruanos contra españoles? ¿Cuál era el origen de los ejércitos enfrentados? A continuación, te contamos esta historia.

La inestabilidad política en el Reino de España, causada por la invasión napoleónica y la pugna entre absolutistas y liberales, debilitó al Virreinato del Perú, el último gran bastión realista en América del Sur.

- Si bien la independencia del Perú había sido proclamada por José de San Martín en 1821, para inicios y mediados de 1824 esta aún no se consolidaba y gran parte del país estaba bajo la autoridad del virrey José de La Serna.

- A inicios de 1824, el ejército realista del Alto Perú (actual Bolivia), liderado por Pedro Antonio Olañeta, se rebeló y enfrentó a las fuerzas del virrey La Serna.

- En el Ejército Real del Perú, tan solo una minoría era española. La mayor parte de las tropas eran indígenas y criollos peruanos.

- En el Ejército Unido Libertador del Perú imperaban los grancolombianos, a pesar de los muchos peruanos incorporados a sus unidades.

- La batalla de Ayacucho selló la independencia de América del Sur.

- Tras la independencia, los abusos contra la población indígena y la esclavitud continuaron.

Fuerzas en combate 

No hay consenso sobre el número de soldados que tenía cada ejército al enfrentarse en la Batalla de Ayacucho. Según la “Historia militar del Perú”, del historiador peruano Carlos Dellepiane, las fuerzas del virrey La Serna en Ayacucho habrían sido unos 9,320 soldados con 11 piezas de artillería. De estos, tan solo unos 500 eran españoles peninsulares. La mayor parte del Ejército Real del Perú eran hombres del Perú y del Alto Perú, a los que se sumaban soldados de la zona argentina de Salta y algunos de la isla chilena de Chiloé.

Con respecto al Ejército Unido Libertador del Perú, Dellepiane señala que, para mayo de 1824, este ejército estaba conformado por 8,051 hombres. Según él, de esas fuerzas unos 5,780 soldados y dos piezas de artillería habrían estado en Ayacucho bajo el mando de Sucre.

No todos, sin embargo, concuerdan con estos números. Por ejemplo, el mariscal español Jerónimo Valdés se manifestó al respecto pocos años después de la independencia. De acuerdo con Valdés, el número de independentistas fue:

“(...) disminuido para aumentar el valor del triunfo en esta batalla, pues de los estados tomados en sus equipajes resulta haber abierto la campaña con 11,000 hombres de todas armas.”

Es importante resaltar que tanto Valdés como Andrés García Camba, otro mariscal español que participó en la batalla, indican que muchos hombres del ejército realista eran “prisioneros pasados del enemigo”. Al respecto, García Camba señala que las tropas del rey estaban compuestas “en su totalidad de indígenas y un considerable número de prisioneros y pasados del enemigo” y que el total de “soldados de confianza por su instrucción y experiencia y el de europeos de todas las clases, excedería muy poco de 500”. Por su parte, Valdés, señala que los europeos “no eran más de 500 de soldado a jefe” y que la casi totalidad del Ejército Real del Perú estaba conformada por “prisioneros hechos en las batallas anteriores, o de indios tomados a la fuerza”, práctica también llevada a cabo por el ejército independentista.

Al respecto, el historiador peruano Herbert Morote, académico fundador de la Universidad de Lima, señala que “el reclutamiento de indígenas y campesinos para ir a pelear en una guerra entre sus explotadores fue inmisericorde”. Así, por ejemplo, señala que Bolívar decretó en el norte del país “el reclutamiento de niños mayores de 12 años hasta hombres de 40”, incorporando a muchos como reemplazos en los batallones grancolombianos (procedentes de las actuales Colombia y Venezuela); y que Andrés de Santa Cruz (futuro presidente de la Junta de Gobierno del Perú, presidente de Bolivia y protector de la Confederación Perú-Boliviana) apresó a 2 mil hombres (muchos que previamente habían escapado al reclutamiento del ejército realista) y los incorporó al ejército independentista.

Por otra parte, Valdés manifiesta que los 9,310 hombres que los realistas tenían a fines de octubre se habían reducido a 5,876 infantes 1,030 caballos y 11 piezas de artillería. Según Valdés, los supuestos 9,310 realistas que otros consignan en la Batalla de Ayacucho se deberían a documentación que los independentistas tomaron al inicio de la campaña, sin tener en cuenta, entre otas cosas, "las bajas que necesariamente debían haber ocurrido en tan penosa y larga campaña”.

Etimológicamente, Ayacucho significa “Rincón de los muertos”. En tiempos de la Guerra de Independencia, el territorio del actual departamento de Ayacucho se denominaba Intendencia de Huamanga, con capital en San Juan de la Frontera de Huamanga. Dicha ciudad, conocida hoy en día como Ayacucho o simplemente como Huamanga, continúa siendo la capital del departamento mencionado. A 12 kilómetros al noreste de la ciudad de Huamanga, en la pampa de la Quinua, es donde se produjo el encuentro militar que selló la independencia de América del Sur.

En la mañana del 9 de diciembre de 1824, los realistas ocuparon posiciones ventajosas en las alturas del cerro Condorcunca, mientras que los independentistas se encontraban abajo, en la Pampa de la Quinua.

(Pampa de la Quinua, lugar donde se desarrolló la Batalla de Ayacucho. Foto: Randal Sheppard)

El ejército independentista, bajo el mando de Antonio José de Sucre, se posicionó de la siguiente forma: el general José de La Mar a la izquierda, comandando la Legión Peruana; en el centro, se encontraba la división de Jacinto Lara y la caballería comandada por Guillermo Miller; en la derecha, el general José María Córdova. Con respecto a su artillería, solo tenían un cañón de largo alcance, ubicado a la izquierda junto a La Mar. La reserva estaba formada por la Segunda División Colombiana y el Regimiento Húsares de Junín.

Por su parte, la formación del ejército realista fue la siguiente: Valdés comandaba el lado derecho; en el centro estaba Juan Antonio Monet; en la izquierda, Alejandro González Villalobos con un escuadrón de caballería a su flanco. En la retaguardia, detrás de Villalobos, estaba la caballería, comandada por el brigadier Valentín Ferraz; José de Canterac dirigía la reserva. Una parte de la artillería (de 14 cañones que no se habían terminado de desmontar) estaba en la retaguardia de Villalobos. La otra parte de la artillería estaba en la retaguardia de Valdés.

El plan de los realistas consistía en embestir con las fuerzas de Valdés el ala izquierda independentista (donde estaba La Mar), a fin de hacerla retroceder y envolverla para, entonces, atacar por ese costado (el flanco) y la retaguardia al resto del ejército libertador. Al mismo tiempo, Villalobos tendría que atacar al lado derecho del ejército libertador en una especie de operación de tenaza.

Antes de la batalla, se permitió reunirse en un espacio neutral a varios jefes y oficiales que tenían hermanos, parientes y amigos en el ejército contrario. De este modo, unos 50 militares realistas e independentistas se despidieron antes de que se retomaran las hostilidades. Un ejemplo de la división familiar ocasionada por esta guerra es el de Ramón Castilla, futuro presidente del Perú, quien además abolió al esclavitud. Su hermano Leandro se encontraba enrolado en fuerzas del virrey y, al igual que Ramón, también resultó herido en Ayacucho. Tras la guerra, Leandro Castilla partió a España, donde continuó su carrera militar.

Valdés ejecutó su plan atacando a la izquierda independentista, ubicada frente a él y comandada por José de La Mar. Por su parte, Sucre arengó a sus hombres exclamando: “De los esfuerzos de este día depende la suerte del Sur de América. Este será un día de gloria que coronará nuestra constancia… ¡Soldados!: ¡Viva el libertador! ¡Viva Bolívar, salvador del Perú!”.

(Jacinto Lara. Imagen: Wikimedia Commons)

La batalla se concentró en el enfrentamiento entre las fuerzas de Valdés y las de La Mar. Si la Legión Peruana retrocedía y se desbandaba, ganaban los realistas. A pesar del ataque, las tropas de La Mar aguantaron y, cuando comenzaron a ceder, Sucre les envió refuerzos. Además, Sucre ordenó que las fuerzas de Córdova (ubicadas en el ala derecha) ataquen el ala izquierda de los realistas. Es en este ataque que Córdova pronunció su célebre frase: "¡División! ¡Armas a discreción, de frente! ¡Paso de vencedores!".

Las fuerzas de Córdova arrollaron el ala izquierda realista, comandada por Villalobos. Frente a esta situación, Monet ordenó que sus fuerzas, que ocupaban el centro del ejército realista, desciendan de sus posiciones favorables a fin de apoyar a Villalobos. Sin embargo, Córdova los atacó antes de que terminaran de descender, batiéndolos y dispersándolos completamente.

(Retrato de José María Córdova. Autor: José María Espinosa)

Entonces, la división realista de Canterac atacó con la caballería realista a fin de rehacer la línea, pero fue contraatacado por la caballería independentista comandada por Guillermo Miller. El principal militar español no consiguió contener al ejército independentista. Así, La Mar se repuso y contraatacó a Valdés, quien realizó una resistencia desesperada al tiempo que el virrey, quien combatía como un oficial más, fue herido y hecho prisionero. Este último hecho es narrado en las memorias del mariscal español García Camba:

(...) el ilustre virrey, esperanzado todavía de contener tamaño desorden y restablecer el orden, se lanzó denodado entre las tropas batidas; pero no consiguieron más sus nobles esfuerzos que verse arrollado, recibir seis heridas de bala y arma blanca, ser derribado de su caballo y quedar por último prisionero del enemigo, cuya desgracia que así se divulgó acabó por desalentar a las tropas del rey (...)

(Retrato del general William Miller. Autor: C. Turner)

Ante el descalabro, algunos oficiales realistas se reunieron en las posiciones más altas, donde estaba la retaguardia, con unos 200 hombres de caballería que acompañaban a Canterac y otras tropas que habían podido salvarse del ala izquierda y del centro. Intentaron reunir a los dispersos y contener el avance de las fuerzas de Sucre, sin embargo, ya todo intento de reponerse fue inútil. Incluso, se dio el caso de un oficial asesinado por su misma tropa mientras se empeñaba en reagruparlos; otros oficiales estuvieron a punto de correr la misma suerte. En palabras de Valdés:

“(...) el terror y la facilidad que tenían nuestros soldados, casi todos del país (...) para ocultarse a través y por las barrancas de aquellas montañas, hicieron inútiles un sinnúmero de actos de arrojo que tuvieron lugar en esta hora desgraciada. (...) No debe sorprender esta conducta, habiéndose ya dicho repetidas veces la especie de soldados que componían nuestras filas, con los cuales no podía contarse de modo alguno en el momento que nos abandonase la victoria, pues los prisioneros habían de tratar de volverse, como lo hicieron, a los campos enemigos, y los indígenas de buscar sus madrigueras, de donde se les había sacado a la fuerza hacía muy poco tiempo.”

(Cuadro de la batalla de Ayacucho. Fuente: Wikimedia Commons)

A la una de la tarde, la victoria era de Sucre. La batalla duró cerca de tres horas. A los independentistas el triunfo les costó unos 300 muertos y más de 600 heridos. Por su parte, los realistas tuvieron unas 1,400 bajas, además de los cerca de mil prisioneros y la pérdida de todas sus piezas de artillería y más de 2,500 fusiles. Sucre escribió a Bolívar: “Está concluida la guerra y completada la libertad del Perú. Por premio para mí, pido que Vd. me reserve su amistad”.

(Sucre saluda a sus comandantes tras obtener la victoria en Ayacucho. Cuadro de Martín Tovar y Tovar)

Tras Ayacucho, ¿qué quedaba del Ejército Real del Perú? Tan solo 400 o 500 soldados en Andahuaylas, posteriormente capturados en Apurímac; en Arequipa, el general Pío Tristán, nombrado virrey interino en reemplazo de La Serna, con unos 145 hombres y 100 caballos; en Cusco, otros 259 hombres y 151 caballos; y, finalmente, en el Callao las fuerzas bajo el mando de Ramón Rodil que, sitiadas en la fortaleza del Real Felipe, resistieron hasta 1826, constituyendo el último reducto realista en América del Sur.

(Obelisco en la Pampa de la Quinua, lugar donde se dio la batalla de Ayacucho. Foto: Rodrigo Alomía Díaz)

¿Y los cerca de 4 mil soldados realistas bajo el mando de Olañeta en Alto Perú? En palabras del español Andrés García Camba, Olañeta “era tan enemigo como los que acababan de triunfar.” Las fuerzas realistas (sublevadas contra La Serna) comandadas por Pedro Antonio Olañeta resistieron hasta la batalla de Tumusla (actual Bolivia), el 1 de abril de 1825. Allí, fueron derrotadas por Carlos Medinaceli, comandante de un sector de este propio ejército que se pasó al bando independentista. En Tumusla, el ejército de Olañeta fue deshecho y este quedó herido de muerte y falleció al día siguiente. Según algunos autores, como Juan Marchena Fernández, catedrático de Historia de América de la Universidad Pablo de Olavide (España), Olañeta fue asesinado por sus propios hombres tras la batalla.

Sin conocer la muerte de Olañeta, el rey de España Fernando VII lo nombró virrey de Río de la Plata el 8 de mayo de 1825. Según Valdés, si las fuerzas del virrey Pío Tristán se hubieran puesto de acuerdo, como este lo solicitó, con Olañeta, “la guerra hubiera podido prolongarse por estos dos Generales acaso el tiempo necesario para recibir refuerzos de la Península”.

A las fuerzas de Rodil en el Callao y a las de Olañeta en el Alto Perú hay que agregar las fuerzas realistas que se mantenían en la isla chilena de Chiloé. Estas fuerzas resistieron hasta la suscripción del Tratado de Tantauco, el 18 de enero de 1826. Mediante aquel tratado, los realistas entregaron las armas y la isla de Chiloé fue incorporada a la soberanía de la república chilena. La rendición de Chiloé se produjo tan solo unos días antes que la del Real Felipe.

Capitulación de ayacucho

La capitulación de Ayacucho fue el tratado suscrito entre los vencedores y vencidos de la batalla. Por los independentistas firmó José Antonio de Sucre y por los realistas José de Canterac, debido a que el virrey había sido capturado. Mediante este documento, el Ejército Libertador, a pesar de haber vencido, comprometió al Estado peruano a pagar al Reino de España los gastos de la guerra que había perdido.

Asimismo, se estipuló que el Perú pagaría el pasaje de vuelta de los realistas que quisieran regresar a España, dándole la mitad de la paga que les correspondía por su empleo “mientras estuvieran en el territorio”; que se respetaría las propiedades de los españoles que se encuentren fuera del Perú; que se liberaría a todos los militares realistas capturados en la batalla, pudiendo conservar sus uniformes y espadas; que continuarían en sus puestos los empleados (realistas) que el gobierno confirmara, entre otras condiciones mediante las que Sucre comprometió al Estado peruano con España.

40 años después, el incumplimiento de la deuda pactada en la Capitulación de Ayacucho fue parte de un conflicto diplomático y luego bélico entre España y Perú, que tiene entre sus episodios más recordados el combate del 2 de mayo


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